El 22 de septiembre de 2017 A las 2:59 de la tarde llamó a Milcíades Arévalo y confirmó la cita. Tan pronto llegué a su casa me encontré con algo muy distinto a lo que creía que iba a encontrar. Era una casa de más o menos cuatro metros de frente, algo no tan común en la localidad de la Candelaria. 

La aprecié un poco y toqué. Dos minutos después salió Milcíades: camisa a cuadros y un jean clásico de esos que casi no se ven ahora. Antes de saludar me explica por un momento cómo hacer para encontrar  direcciones en el centro de Bogotá. Luego me hace pasar y después de cerrar la puerta la tranca a un costado me transportó a mi infancia. Milcíades pasa a la biblioteca de la casa. En la entrada hay un póster de Toulouse-Lautrec de 1891. Allí, un burlesque presenta en un cabaret a la bailarina La Goulue. Cuando me senté vi un atrapasueños y algunas otras cosas sobre las repisas: un par de Condoritos, una avioneta colgada en medio del cuarto y hasta un Buddy de Toy Story.

A Milcíades Arévalo, la pasión por escribir le viene de la influencia de Arthur Rimbaud. “En 1961 cerca a la Plaza España de Bogotá, en el hospital San José, compraban sangre. Pagaban 50 pesos por litro. Yo no tenía dinero y decidí vender mi sangre para poder comprar una temporada en el Infierno de Arthur Rimbaud. Ese libro marcó mi vida y mi forma de escribir”, dice Milcíades. 

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO   

“Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas y la encontré amarga y la injurié. Yo me he armado contra la justicia”, recita Milcíades. Es un fragmento de su poema favorito del libro de Rimbaud. En ese momento me doy cuenta lo mucho que me inspira. Decía el poema emocionado, nostálgico. Milcíades es bastante amable y me muestra uno por uno los libros que ha escrito, entre novelas y cuentos que tienen mucho de eróticos y de autobiográficos. Además, ha ayudado a muchos escritores jóvenes a publicar sus trabajos. “En la ciudad de Cali conocí a Orietta Lozano cuando ella tenía 14 años. Ella me había enviado un poema. Eran tiempos en los que se solían enviar cartas. En las cartas Orietta me enviaba poemas y decidí publicarle un libro con los poemas que ella me enviaba cuando yo trabajaba en un banco”, dice Milcíades.

                                                                                                                                                                                        Después me habla sobre su hijo Nicolás. Dice que estudió pintura en la universidad Nacional de Colombia en Bogotá, pero que al poco tiempo decidió no continuar con los estudios. Milcíades sabía que para ser artista no siempre era necesario estudiar. Él lo había vivido con la literatura. Estaba convencido de que no se debe dejar de lado la gramática y la cultura, pero que realmente el ejercicio de la escritura se hace por gusto propio. Milcíades no titubea al hablar. Dice que Gabriel García Márquez fue sin lugar a dudas el máximo exponente en la narrativa de conflicto armado.

Y hablando del conflicto armado, Milcíades recuerda el encuentro que tuvo en el Catatumbo, sin saberlo, con un jefe paramilitar. Él le dijo que necesitaba que Milcíades le corrigiera un libro y como necesitaba el dinero le cobró lo que pedía en ese tipo de trabajos: un porcentaje por página que en total sumaba dos millones de pesos. El paramilitar era un señor viejo, gordo, con barba y cabello cano al que conoció acompañado de dos guardaespaldas.  

Según Milcíades, los paramilitares en ese momento estaban haciendo proselitismo político con el Ejército de Colombia en la zona del Catatumbo y en aquel libro se narraban todas las matanzas de una forma descarada. Ahí se describen las muertes, pero no tan detalladamente como lo esperaba el comandante paramilitar quien decía cosas como: “Pero a esto le falta. Aquí no están bien muertos. ¡Vea!, esto carece de sangre”.

BOGOTÁ

En 1957 Milcíades llegó a la capital colombiana gracias a su hermano quien lo ayudó a estudiar en el colegio Almirante Padilla. Años después presentó un libro llamado La casa del fuego y de la lluvia. Cuenta que el barrio en donde nació es ahora un prostíbulo, un lugar de mala muerte. Para él cada vivencia de su juventud fue increíble y da gracias a todas las personas incluyéndolas en sus cuentos y crónicas. 

Dice que ha leído más de mil libros y muestra con orgullo la biblioteca de su casa. “Vea, vea cómo es la vida,” dice Milcíades. Y continúa: “Esta cosa de ser escritor tiene sus altibajos, así como te pueden exaltar en un lado, en el otro se atreven a amenazarte”. Por eso, dice que a la invitación que le hizo el periódico El Meridiano al departamento de Córdoba para dictar una conferencia en la semana cultural, asistió sin saber que ese medio era de propiedad de los paramilitares. 

“Frente al hotel del barrio los Frailes, cada día Mancuso cruzaba como divisando el panorama”, dice Milcíades. Cuenta que al acabar la semana fue invitado a una celebración que no tenía límites. Entre risas los paramilitares hablaban de bombas y de muertos como si fuera un juego. 

EL AMOR Y LA MUERTE

A los tres meses de haber iniciado el bachillerato tomó la decisión de irse a la Costa colombiana porque en ese colegio el rector discriminaba a los estudiantes, y a Milcíades por ser un joven campesino de  bajos recursos, aunque de sueños imprescindibles. Después se incorpora a la Armada Nacional. El capitán del barco tenía una biblioteca a bordo y una imprenta con la que publicaba sus revistas. En ellas contaba historias recopiladas de los lugares en donde hacían escala. En medio de las largas conversaciones acompañadas de alcohol, uno de los más fieles compañeros de viaje, el capitán escribía los textos para sus revistas. Mientras tanto Milcíades aprovechaba y se escapaba a la biblioteca. Algunas veces el capitán le pidió su ayuda para escribir. Finalmente, cuando decidió continuar su rumbo, hizo la promesa de continuar con el legado de escribir y relatar. 

“Con Lola, 1970”, así postea Milcíades en su Facebook una imagen el 22 de febrero de 2018. Es una foto a blanco y negro. Allí se ve a Milcíades junto a su esposa “Lolita” caminando por la calle tomados de la mano. Él está vestido de traje, corbata y zapatos de charol y se deja guiar por la mano de su esposa quien sonríe a su lado sosteniendo su bolso. Ella viste falda, camisa y unas botas largas; unos pasos atrás en medio de ellos una señora mira directo a la cámara casi sonriendo. Juntos caminan a la par y Milcíades mira fijamente a la cámara también sonriendo.

Lolita, falleció el 20 de marzo de 2017 y aunque parezca increíble, nunca se interesó por leer lo que Milcíades escribía. 

VIVIR EN UN PAÍS VIOLENTO

“Cada cual interpreta la realidad a su acomodo ya que nos hemos apropiado tanto de las ideas ,que las hacemos propias del ser, dejando de lado la veracidad de la información” dice Milcíades. Y continúa: “Lo que hizo Santos al querer unir a los guerrilleros con el público en general y traerlos a la ciudad fue macabro, terrible, hasta llegar al punto de que no sabe ya qué hacer”. Nos habla de que hay un medio que es guerrerista y se refiere a él como un medio de comunicación económico. “La guerra no se acaba, hay que continuar la  guerra”, dice, recordando una frase del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Insiste en que hay intereses económicos y de asistencia militar que finalmente el público termina sin entender.

La guerra también se puede entender como un negocio bastante rentable que deja de lado a la humanidad. Milcíades pone como ejemplo lo que pasa entre Trump y Corea y la guerra que le han venido haciendo a Venezuela por la capacidad petrolera de ese país. “Las potencias mundiales se disputan las zonas petroleras generando una guerra  sin importar las vidas que esto cueste”, dice Milcíades.

Milcíades respira, nuevamente se acomoda en su silla con un movimiento firme como queriendo descansar y cruza los pies preparándose para responder nuevamente aquello que le han preguntado por años: ¿Cuáles han sido las dificultades por las que ha pasado su revista teniendo en cuenta el nombre, Puesto de Combate?. “Este país siempre ha sido gobernado por liberales y  conservadores, así como 9 de abril  de 1948. Todas aquellas casas a su alrededor fueron quemadas para hacer edificios enfatizando que todas aquellas familias adineradas desaparecieron y se fueron a vivir hacia el norte de Bogotá”, dice Milcíades. Dice además que en esos momentos en el campo colombiano existía la guerra de “Los Pájaros”, grupos armados pertenecientes al partido Conservador que se fue contra los Liberales. Algunos representantes de ese grupo fueron: Efraín González, Sangre Negra y Desquite.

PUESTO DE COMBATE 

La revista nace en 1972. Colombia estaba dividida y  Julio César Turbay Ayala fue elegido como presidente. Él  creó  un plan de seguridad partiendo de la premisa de que todos sus contradictores eran guerrilleros. En este contexto se crea el movimiento guerrillero M-19. Milcíades dice que no por leer un libro de Marx, Lenin o de la guerrilla te vas a volver guerrerista, pero que aun así la gente lo creía comunista y que a pesar de que no nació en la ciudad ha conocido la sangre. Dice que en su ciudad natal, Zipaquirá, también mataban por ser liberal o conservador.

Según la publicación de la revista Semana del 23 de junio de 1997, el 9 de marzo de 1990 en el campamento Santo Domingo en Cauca y Vergel en el Huila fue un punto de desmovilización y entrega de armas de ese grupo guerrillero.  El M-19 empieza su carrera política en un momento significativo para Colombia que tenía como objetivo el fin de una guerra. “La entrada a la vida civil del M-19, ahora como la principal fuerza política capaz de hacer tambalear el poder de los partidos tradicionales, demostró a otros grupos guerrilleros que quienes hicieran la paz también podían ganar respeto político”, dice la revista.

Milcíades se nota algo cansado, pero también deja ver con su actitud inmensas ganas de vivir. Hasta la actualidad escribe, sigue a cargo del proyecto de su revista y luchando por su proyecto editorial Sociedad de la Imaginación.