Por: Diana García Agudelo y Luz Adriana Betancourt

Con un pantalón de pinzas café, una camisa verde militar con rayas de un tono más oscuro haciendo contraste y unas sandalias negras que dejaban ver las calles arduamente recorridas en sus calludos dedos del desgaste, se encontraba este señor de piel morena tostada por el sol acompañado de uno de estos termos metálicos donde llevan el tinto con el que se hacen como dicen ellos «la marañita del día”.

Astuber Polonia era el nombre de este personaje que con amabilidad se acercó a ofrecernos el primer cafecito del día, a eso de las siete y media en la calle que rodea la bahía de Santa Marta bajo la brisa alborotada que nos estremecía mientras caminábamos pretensiosas buscando una historia que contar.

  • Buenos días niñas, a 500 el tintico.

Dijo el cincuentón al que ignoramos al ir con nuestras cabezas inmersas en la pantalla de nuestro celular, y minutos después sin esperanzas de encontrar al personaje, nos devolvemos a comprar el dichoso tinto que según nos iluminaría el cerebro.

Al escuchar el ajeno acento del canoso hombre de ojos melancólicos que con sencillez nos atendió.

  • ¿De dónde viene usted? – Fue lo primero que se nos ocurrió preguntar –
  • De la Dorada Caldas, señoritas.
  • ¿Y qué lo trajo hasta aquí?
  • Los buenos recuerdos, vivir de joven aquí me hizo volver.

Fue el 5 de enero de 2020 cuando Astuber decide regresar a la ciudad que le ayudó a sobrellevar la muerte de sus padres a corta edad. Exactamente a los 28 años, este deja el municipio colombiano ubicado en la región del Magdalena Medio con la intención principal de conocer la playotota, con la que a diario sueñan los caldenses donde vivió hasta sus 52 años amores y desdichas antes de recibir el llamado de su hermana Piedad, quien era consiente de su deplorable situación económica, y lo invita a residir en Cali con ella y sus 11 hijos a los que se dedicaría a cuidar mientras conseguía un trabajo.

Sin poder soportar más la relación con su cuñado toma un nuevo rumbo hacia las afueras de Tumaco, en la vereda Los Robles, hacia la finca La Paz, Mesa de los Santos, que le llevo aproximadamente 15 años de esfuerzo y ahorro adquirir.

Era 2018 y Franco sentía que lo tenía todo, su vida transcurría en trabajar de lunes a jueves y quedarse en su vivienda ubicada en el pueblo, e ir de viernes a domingo a cosechar cacao y chicha. Motivado con esto decide hacer un préstamo en compañía de otros tres agricultores por una suma de treinta millones en el Banco Agrario, para invertir en doscientos árboles y seguir cultivando su amor por el campo. Su vida no podía ir mejor, cuando un año después recibe una visita inesperada que le pondría un alto en el camino. Se trataba de la familia propietaria del lugar que lo enfrenta una mañana para reclamar lo suyo.

  • Yo no entendía lo que pasaba, de repente estas personas un día deciden quitarme mi vida, porque eso era la finca. – Dijo con lágrimas en los ojos Astuber –

Francisco Lucería, a quien responsabiliza de este hecho, se hizo pasar por el vendedor natural del terreno y le ‘‘reconoce’’ diez hectáreas de una propiedad que nunca estuvo en sus manos, había sido víctima de una estafa y denunciar fue el primer consejo que siguió de sus vecinos. Sumergido en el dolor por perder su bien más valioso decide recurrir a la Fiscalía en Tumaco y hacer las respectivas acusaciones.

Pasados dos días a la espera de una respuesta, se dirige al mercado público del pueblo a hacer la compra semanal para su sustento, y al salir se encuentra con dos hombres robustos que jamás había visto y estos disimuladamente le muestran sus armas.

  • ¿Usted es el que vive en la finca La Paz?
  • Yo soy. – Dijo Astuber sin ninguna duda –
  • Ya sabemos que está reclamando lo que no es suyo. Si no quiere problemas mejor quédese callado y váyase. Si no quiere que lo maten, mejor váyase.

No dado por vencido vuelve a la finca un viernes más para ver quien la estaba residiendo y tener indicios de quien le habría hecho semejante amenaza se encuentra con lo peor, su cosecha totalmente quemada y destrozada. En ese momento, él entendió que aquella advertencia no era un juego y no tenía más opción que marcharse.

  • Y esta ahora es mi vida, estar aquí, vendiendo tinto para sobrevivir, durmiendo en las calles mientras me recupero de este dolor, mientras veo cómo responder al banco, no sé cómo volver a Tumaco, pero en algo Dios tendrá que ampararme. Yo tengo que seguir vendiendo, la llorada no da plata, que les rinda señoritas.

Fue así como se despidió el personaje del que pensamos que no tenía algo de servicio que decirnos…