Cuando aún era un niño le comenté a mi madre que algún día quería ponerme piercings, a lo que ella solo respondió: “el que se deja abrir la oreja, se deja abrir otra cosa”, pero, sus palabras parecían el producto de las imposiciones sexuales de una sociedad limitada por su género.

La masculinidad y la feminidad han sido temas controversiales desde el inicio de los tiempos, no solo desde las experiencias individuales de los hombres y las mujeres, sino también desde la construcción social de una sexualidad marcada por el género, lo que podría haber convertido a la heterosexualidad en la más frágil de todas las sexualidades.

Pareciera que los hombres son la principal causa de que exista una posible ‘crisis en la sexualidad’, quizá por la ambiciosa necesidad de trazar una línea divisora entre lo ‘masculino’ y lo ‘no masculino’.

Marcos Nascimiento, psicólogo e investigador en género, sexualidad y masculinidades, afirma lo siguiente: “la masculinidad es una experiencia compleja que se construye colectivamente, permeada por los códigos, prácticas, discursos e ideologías que son incesantemente (re)producidas por la cultura y que afecta de manera diferente a hombres, mujeres e instituciones sociales”.

A lo largo de mi vida, he visto a diferentes hombres, de esos que dicen poseer un gran virilidad, encogerse de miedo cuando les preguntan si otro hombre se ve lindo o no, a lo que estos, en muchos casos, únicamente contestan, “no lo sé, yo no soy gay”, con eso entendí que mi madre no era la única mujer, ni persona con imaginarios sexuales.

Nunca he podido olvidar el día en el que una de mis profesoras del colegio me pidió, con total imponencia e indignación, que ‘hablara como hombre’, luego de contestarle una pregunta que ella me había realizado. La verdad es que, a razón hoy, aun me pregunto, ¿Cómo se supone que es ‘hablar como hombre’ y por qué debería verme obligado a hacerlo?

En un artículo escrito por César Estévez para el medio ‘Los Replicantes’, este se dirige directamente a los hombres heterosexuales y les envía el siguiente mensaje: “Querido hetero, aunque lleves toda tu vida haciendo bromas sobre si se te cae el jabón en la ducha del gimnasio, donde por supuesto nunca miras al resto de hombres desnudos; aunque nunca te hayas atrevido a decirle a un amigo que le quieres, no vaya a ser que se piense cosas que no son; aunque evites llorar en público, porque eso es de ‘nenazas’, permítete salir de ahí. No hay nada malo en ello”.

Del mismo modo, tampoco puede negarse que para las mujeres, normalmente, es más sencillo dar demostraciones públicas de afecto entre ellas, mientras que para los hombres las restricciones suelen ser mayores, aunque en ambos casos solo se estén experimentando los límites de la sexualidad propia.

Si dos mujeres se toman de la mano, se besan o van al baño juntas, sus acciones pueden tener explicaciones muy bien aceptadas socialmente, en cambio que, si dos hombres hacen lo mismo, entonces son tachados de homosexuales reprimidos o, algunas veces, agredidos de cualquier otro modo, probablemente porque desde el marco de las normas heterosexuales los hombres no tienen derecho a experimentar, vivir o gozar de su sexualidad en ninguna otra forma que no sea penetrando a una mujer.

La flexibilidad sexual aparenta ser más común en las mujeres que en los hombres, no obstante, la encrucijada podría tratarse de si realmente los hombres lo admiten menos que las mujeres, según Héctor G. Barnés, en su columna publicada por el diario digital español ‘El Confidencial’: “los varones no intiman con otros varones tan sólo en contextos de necesidad y ausencia de mujeres, sino que también lo hacen incluso cuando no hay ninguna escasez”.

A raíz de tantos prejuicios heterosexistas, como los antes mencionados, muchos hombres heterosexuales también niegan que alguna vez han fantaseado o vivido una experiencia sexual gay, a lo mejor por temor a ser juzgados o señalados, ya que, estos parecen atentar contra todo sentido de su virilidad, aun así, “lo que se dice en público no tiene que estar relacionado con lo que luego se está haciendo (o deseando) en privado”, afirma Adrián Valiente, redactor para ‘Los Replicantes’.

A partir de lo que podría considerarse una heteronormatividad se ha consagrado la idealización de que en el acto sexual debe existir un participante activo, alguien que penetre, y uno pasivo, que sea penetrado, pero estos roles, además de que suelen ser independientes de quien ejerce la dominación durante el acto sexual, no toma en cuenta el desarrollo de aquellas tramas sexuales lésbicas que tanto parecen fascinar a algunos hombres.

El psicólogo Marcos Nascimiento también asegura que: “el simbolismo de la actividad/pasividad presente en el acto sexual (…) no necesariamente afecta la masculinidad de quien está en una posición superior del acto sexual”.

Asimismo, el desarrollo del coito entre dos mujeres no necesariamente depende en su totalidad de alguna forma de penetración vaginal o anal. Las féminas utilizan otras técnicas para estimularse y excitar sus cuerpos. El erotismo y la sensualidad afloran con cada latido, las sensaciones ocasionadas por los roces de la piel incrementan los sentidos que les regalan orgasmos más duraderos y frecuentes.

Según el testimonio anónimo de una mujer dado a Fucsia, revista digital especializada en mujeres, esta comenta: “algunas veces creo que podría pasar de un buen beso en la boca a la estimulación del clítoris para tener un orgasmo; depende de lo ‘lista’ que esté. También me gusta que me toquen ligeramente con la lengua y las manos en todo el cuerpo, sobre todo en las nalgas y la parte baja del abdomen. Para tener un orgasmo, me gusta que me pase la lengua suavemente por el clítoris, o que me chupe con fuerza, o que mueva el dedo justo por encima cada vez más rápido”.

Igualmente, muchas veces los sentimientos, esas vibras que produce una persona y que luego conectan directamente con otra, pueden ser el mayor incentivo para la excitación, pero en otras ocasiones no se necesitan más que las sensaciones, cuerpos eufóricos danzando en el más antiguo de todos los ritos, el cálido aliento de un acompañante en la nuca o el suave roce de una lengua en el clítoris, de eso se trata vivir enteramente las expresiones de nuestra sexualidad.

Por otro lado, aquellas mismas actitudes de rechazo que surgieron del marco heteronormativo, se han ido colando al corazón de las luchas por la equidad, es así como constantemente se ven a gays, lesbianas, bisexuales, trans, entre otros, que rechazan o reprimen las prácticas de los demás agentes participantes del colectivo LGBTI+.

Sin embargo, la verdadera ‘crisis de la sexualidad’, quizá esté en que, aunque nace del heterosexismo, ha sido acogida maternalmente por muchos hombres y mujeres homosexuales que rechazan toda practica ‘femenina’ en los hombres y ‘masculina’ en las mujeres; que se alejan de las bases de equidad, de lucha y de reconstrucción por las que los colectivos feministas y LGBTI+ han luchado incansablemente durante años.

La Hetero fragilidad ha tratado de limitar los alcances de una liberación que más que ser corporal, es mental y social. Las experiencias de hombres y mujeres en tanto al sexo y su sexualidad, tal vez, deberían ser exploratorias y no heteronormativas, de esta forma, cada ser humano como individuo libre, tendría a su disposición toda una gama de posibilidades tan variadas y hermosas como los colores de la única bandera que lleva al arcoíris, como representante simbólico de lucha por el amor y la equidad en el mundo.