En mi anterior columna quise exponer la importancia de las buenas noticias y lo influyente que son estas para la crisis que estamos viviendo. Sin embargo, cada día cuesta más estar feliz o animado dada la difícil situación que enfrentamos.
Todos los días salen reportes nuevos de la cantidad de contagiados y muertos por COVID-19, algo que resulta espantoso y poco alentador, claro; esto sumado a algunas malas decisiones en cuanto a medidas de prevención ante el virus que toman los dirigentes de ciudades o municipios, afectando en su mayoría a las personas de escasos recursos.
Con la pandemia desde el año pasado, nos ha tocado amoldarnos a una nueva realidad que parece no tener fin, todos tuvimos que acostumbrarnos a cosas básicas hoy en día, como el uso del tapabocas o puntos de desinfección en lugares públicos. Podría asegurar que escuchar la alta cifra de personas contagiadas (muchas de estas en estado de salud crítico y con riesgos) ya no sorprende, y asimismo la también alta cifra de muertos a causa del coronavirus.
Muchos han perdido familiares, amigos o conocidos ocasionando, por supuesto, tristeza, desaliento, y sobretodo desánimo porque esto parece nunca acabar. Cabe resaltar que la tristeza no sólo acompaña a aquellos quienes pierden un ser querido, también habita en los demás quienes sienten la pérdida que sufre un amigo o un familiar. Y, asimismo, también invade a los que se conmueven por el ya mencionado desbordamiento de muertes.
Debo decir que yo me he acostumbrado, con el dolor y la pena que esto conlleva, a enterarme de una nueva pérdida de alguien cercano a mí. Por supuesto, no quisiera que así fuera, pero se ha vuelto normal saber que el virus se ha llevado una vida más.
Sin embargo, dicho lo anterior, quisiera expresar que, aunque es natural y humano sentir tristeza en estos tiempos, es necesario también mantener la fe y no dejarla perder con el pesimismo que también se ha vuelto común en muchos, incluyéndome.
Sí, la pandemia parece nunca acabar, el tiempo pasa y el virus continúa e incluso parece hacer más daño que cuando empezó. Lo cierto es que, desde un principio pudimos adaptarnos a una nueva realidad, nos acostumbramos a estar siempre en casa; muchos en cuatro paredes o muchos contando con un gran espacio. Nos acostumbramos a cumplir con nuestras responsabilidades desde el lugar de residencia y a ver a las personas que queríamos en videollamadas. Había inconformidad con esto, pero era necesario llevar ese estilo de vida para cuidarnos.
Entonces, debido al momento crítico que pasamos es menester volver a tomar estas medidas, pues volvimos a una época difícil en la que como ya lo mencioné muchos sufren y mueren. La única forma de detener la propagación y lo que esta conlleva es con el confinamiento por decisión, porque actualmente no es obligatorio, pero sí necesario. Es deber de todos cuidarnos y cuidar a las personas que nos rodean, porque el contagio es imparable y como muchos aseguran, no discrimina.
En segundo lugar, también es necesario ser positivos por el bienestar y la salud mental; aunque sea difícil hay que guardar la esperanza de que pronto la pandemia terminará, siempre y cuando todos actuemos con responsabilidad.
“La fe es lo último que se pierde”, dicen muchos y algo de cierto tiene esta frase. Independientemente de la religión que sigas o a la que pertenezcas, la fe es algo poderoso que muchas veces calma y da seguridad. Por lo cual, aparte del lamento también hay que aceptar la realidad que desafortunadamente no podemos cambiar, pero lo que sí podemos hacer es actuar con inteligencia y responsabilidad, y, asimismo mantener buen ánimo.