La crisis social que origina las manifestaciones en Colombia no es una problemática de este año. Es un gran descontento, un descontento que ni siquiera se ha acumulado durante el mandato del actual presidente Iván Duque, sino que lleva amasándose por más de 20 años; en donde cierto grupo de políticos se han aprovechado del poder para hacer y deshacer con el dinero del Estado, y de la ignorancia de su pueblo para convencerles de seguir eligiéndolos, bajo la idea de que ellos traerían bienestar al país, cuando en realidad su gestión ha hecho todo lo contrario.
Estos políticos a los que me refiero hacen parte del partido más infame de la historia de Colombia: el Centro Democrático, un partido que ha batido récords de corrupción e impunidad, y que es liderado por el criminal más grande de Colombia, inclusive más grande de lo que fue el narcotraficante Pablo Escobar. Este criminal disfrazado de político no es otro más que Álvaro Uribe Vélez, quien ha aprovechado la guerra contra la guerrilla de las FARC y otros grupos armados, durante más de 20 años, como un negocio.
Ese es un negocio muy lucrativo, que a través del miedo y una supuesta seguridad democrática se ha aprovechado de los colombianos para instaurar políticas e impuestos irrisorios y abusivos con la población, justificándose simplemente en la financiación del conflicto y en la idea de garantizar una supuesta seguridad a los colombianos frente a esos grupos armados. Este infame personaje siempre ha contado con una gran influencia y respaldo de los medios de comunicación, y es por eso que durante sus mandatos los medios se encargaron de promover su imagen como la del “gran colombiano”.
Una vez Uribe abandonó el poder trágicamente, siguió contando con esta influencia, hasta el punto que pudo posicionar a dos presidentes más. Afortunadamente uno de sus pupilos políticos supo ver lo que en realidad necesitaba el país, ese pupilo fue Juan Manuel Santos, quien adelantó el proceso de paz con las FARC, el grupo armado más relevante de Colombia; este acto incluso le valió un premio Nobel Paz. Todo esto sin duda no favoreció al negocio de Uribe y sus seguidores, por lo que el expresidente se encargó de posicionar a alguien más en el cargo para retomar su hegemonía.
Ese alguien es el actual presidente Iván Duque, un político inexperto, cuyo arribo a la presidencia solo se debió al respaldo mediático, la influencia de Uribe, dineros procedentes del narcotráfico, y una vez más, sobre todo, por el miedo infundado en los colombianos; aprovechándose de la trágica situación que también atraviesa el vecino país, Venezuela, pues sostenían que si no se elegía a Duque, Colombia sería la nueva Venezuela. Lo que demuestra que Duque, durante su campaña, supo exactamente qué decir al ser apadrinado por un dinosaurio de la política.
Desafortunadamente, el pueblo colombiano una vez más cayó en el miedo y el engaño, y actualmente se pagan las consecuencias de lo decidido durante el periodo electoral. Prácticamente o literalmente, no hay aspectos positivos a rescatar sobre la gestión de Iván Duque; estas protestas son la continuación de un malestar que ya no daba para más, desde octubre de 2019, pues únicamente gracias a la pandemia el país tuvo que contenerse. Sin embargo, esta reforma absurda y el cinismo de políticos como el exministro de Hacienda Alberto Carrasquilla han colmado definitivamente la paciencia de los colombianos, tanto que ni los riesgos de manifestarse durante la presente pandemia han detenido el clamor del pueblo.
Me atreví a llamar a Uribe un criminal, y prácticamente un señor de la guerra, un mentiroso; pero razones no me faltan, su careta del “gran colombiano” se ha caído y por más que los medios, al servicio del poder, se esfuercen en limpiar su tan deteriorada imagen, su fachada ha sido desmontada a nivel mundial y los colombianos tenemos grabada a fuego, en nuestra memoria colectiva, esa terrorífica cifra revelada por la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz): los 6402 casos de falsos positivos. Ya el paro y las protestas no solo las movilizan las reformas indolentes y desconectadas de la realidad que el gobierno pretende instaurar, sino que también la dignidad, el clamor de un pueblo que se cansó finalmente y exige justicia, un pueblo que despertó y abrió los ojos por fin, que a mi parecer, sí sabrá decidir quién debe asumir el liderazgo de Colombia en las próximas elecciones.